
-¿Sábado? -me aventuré, en un arrebato de optimismo.
La dependienta negó con la cabeza y una media sonrisa.
-Pero el lunes me voy a Francia, ¿no podrían darse prisa?
Mientras marcaba un número en el teléfono del mostrador, me preguntó si me iba por una semana o si me iba..., me iba.
-Me voy..., me voy -respondí.
Acto seguido habló con alguien al otro lado de la línea que le confirmó que es un trabajo de cinco días y punto. Al colgar quiso saber si contaba con alguna persona que pudiese recogerlas y mandármelas por correo. Asentí.
-Consuélate, bobito -me dijo-, en Francia esto te saldría por un ojo de la cara. ¿En efectivo o con tarjeta?
-Tarjeta.
-Esta foto te hace mayor -opinó con mi DNI en la mano.
Quise decirle que se debía a que me hice la foto en cuestión con las gafas puestas, las que se rompieron el lunes por la noche, y a que había ido a la óptica con mis viejas gafas, que precisamente por eso me hacen más joven, además de darme un considerable dolor de cabeza y hacerme ver el mundo diferente. De hecho, el lunes espero aterrizar en París y en la estación equivocar el tren y no llegar a Saint-Pol, sino a un pueblo donde no se viva en permanente alerta amarilla y los días de huelga nadie acuda a su puesto de trabajo. A lo mejor aterrizaré en otro país o en otro planeta. Hasta la vista.