miércoles, 21 de febrero de 2007

Un día de huelga

Ayer fue día de huelga en mi instituto, por eso se presentaron más profesores que de costumbre, incluso el que llevaba más de una semana ausente por un catarro. Sí, ya sé que circula el tópico de que Francia es el país con mayor índice de movilizaciones, o paralizaciones, tanto da, en cuanto a reivindicaciones varias se refiere. Al fin y al cabo, mayo del 68 se gestó en París, por no hablar de la Revolución francesa y de esa otra revolución que debemos a los hermanos Lumière. Con esto del cine también son muy suyos. El otro día en clase un alumno me aseguró que Disney es francés. Intenté hacerles ver su error y me miraron como si estuviera loco. De modo que Mickey Mouse es francés, ya lo saben, por no hablar de Shrek y de Picasso, que también dibujaba lo suyo.
En cualquier caso, y para retomar la cuestión palpitante, aún recuerdo un comentario que hizo un auxiliar de conversación ya veterano en la cola de última hora para entregar los impresos de solicitud de plaza.
-Con tanta huelga, al final sólo trabajé un día el año pasado -me dijo para justificar su reincidencia.
Le creí y me dije “esta es la mía”. Y aquí estoy para darme cuenta de que la huelga francesa es más cuantitativa que cualitativa, es decir, importa mantener elevado el porcentaje y que el resto del mundo piense que el carácter del francés es indomable, cuando lo cierto es que no se mueve ni se paraliza nada. Al contrario, los muy japoneses. Con lo bien que queda un país entero en huelga, que es como un día regalado y se disfruta el doble, se desayuna en la cama y se organizan comidas familiares, y se sale a tomar cañas con los amigos o al cine a ver una película francesa de dibujos animados. A mí, por ejemplo, me hubiera gustado ir al cine ayer, pero fue día de huelga y tuve que trabajar como el que más. C’est la vie.

viernes, 9 de febrero de 2007

Asincronía

El problema es que vivimos asincronizados. A, por ejemplo, compra seis litros de agua cada lunes, que carga religiosamente a pie el medio kilómetro que separa el hipermercado de su casa, pero A es joven y fuerte. Sin embargo, B hace lo mismo, es decir, compra sus seis litros de agua semanales, sólo que de una marca más barata -ya que para B el agua es insípida, además de incolora e inodora-, cada martes o miércoles y en coche. A y B viven en el mismo edificio, de hecho B ha visto en más de una ocasión a A cargar religiosamente sus seis litros de agua, a veces bajo la lluvia, a veces incluso contra viento y marea -el Paseo Marítimo no queda lejos-. Incluso en ocasiones A acompaña a B al hipermercado un martes o un miércoles, en función de sus horas muertas, ya que a A le gusta que B le deje elegir la emisora de la radio los diez minutos, cinco ida y cinco vuelta, que dura el trayecto. ¿Qué impide a A y a B ponerse de acuerdo? A responderá sorprendida que porque se queda sin agua invariablemente el domingo por la noche. B replicará que las cosas son como son y no hay más vueltas que darle. Ni ellos mismos lo saben: están asincronizados, como cuando la canción que escuchas dura un segundo más que la hora que marca el reloj o la foto sale movida. Así nos va.

jueves, 1 de febrero de 2007

Zona catastrófica

Yo ya lo sospechaba, pero sólo he podido confirmarlo cuando han decretado la segunda alerta naranja este mes: Saint-Pol es zona catastrófica, o, por lo menos, zona propensa a la catástrofe. Para los que todavía no sepan de qué va una alerta naranja, es la que se encuentra entre la amarilla y la roja (¿dos amarillas serán una roja?). La primera alerta naranja la provocó el Kyril y sus ventoleras huracanadas de hasta cien kilómetros por hora. Qué tío el Kyril. La segunda, las intensas nevadas. Imagino que decretarán alerta roja cuando Godzilla arrase el centro de este pueblo. Pero eso no es lo peor, no. Lo más inquietante, por lo que he podido averiguar, es que vivimos cotidianamente en alerta amarilla. Nunca se sabe.